Constituciones y Constituciones
De lo que mi memoria me permite recordar, no registro en la mente otro extracto constitucional que no sea el promulgado en 1780, en la Constitución de Massachussets, y que había sido escrito cuatro años antes por Thomas Jefferson: We hold these truths to be self-evident: that all men are created equal, that they are endowed by their Creator with certain unalienable Rights, that among these are Life, Liberty, and the Pursuit of Happiness. (Me atrevo a traducirlo: "Consideramos que estas verdades son en sí mismas irrebatibles: que todos los hombres son creados como iguales, que ellos son dotados por su Creador de ciertos Derechos inalienables, entre los que están la Vida, la Libertad, y La Búsqueda de la Felicidad.)
Puede que me acuerde de él porque es el más publicitado. Pero puede también, acaso, que me acuerde de él porque es el más hermoso, o el mejor logrado. De ahí en adelante, es decir, de lo que allí ocurrió luego de la redacción de aquellas palabras con semejantes intenciones, no es mi propósito ocuparme esta vez. Lo que sí diré es que son palabras. Hermosas palabras, ciertamente. Pero nada más.
Qué ocasionará pensar a algunos ciudadanos, y a algunos gobiernos progresistas, que la redacción (con bombo y platillo) de una nueva constitución puede crear en el país un radical compromiso, en el que se tenga respeto por el Medio Ambiente y todos los seres que en él habitan; en el que se priorice la igualdad de acceso a oportunidades de buena educación, salud e información; en el que se repete a todo tipo de diversidades: étnicas, de género, de procedencia, de pensamiento. ¿Qué ocasionará pensar a todos ellos que la escritura de un nuevo conjunto de derechos y obligaciones van a traer La Catarsis y La Gran Limpia que necesita un país? Yo no tengo la menor idea del porqué, si luego de la redacción de la Constitución Venezolana -por ejemplo- ,el PDVSA y el Ejército -por ejemplo- de aquel país sigue siendo una sopa de roedores.
Probablemente esto sea falso porque no hay ni una Catarsis ni una Gran Limpia. El desarrollo jurídico, económico y político de un país difícilmente se da a empellones, acudiendo a la retórica revolucionaria de los años 60, acaso prudente, muy prudente para ese entonces, pero hoy ya caduca y no exenta de tropicalismo político, con una buena dosis de exotismo latinoamericano (de ese que le hace a Marcos disfrazarse de guerrilero-vitrina por las calles cercanas al Zócalo).
Así pues, una Constitución Flamante (con mayúsculas) no vendrá cargada de regalos democráticos para el valiente pueblo que se la jugó por redactarla. Al contrario, será sujeto de discusión, de oposiciones, y probablemente será menos efectiva de las tantas que le precedieron. Si no estoy mal, en la Constitución de un país no se ve reflejada su tendencia neoliberal ni el acceso a la libertad de la gente. Quiero decir, sí que se la dicta (o, peor aún, sentencia), pero asumir que una nación será tal o cual cosa a partir de la redacción de su Constitución es de una ingenuidad que raya en lo cómico. Si el Ecuador ha tenido un buen número de constituciones, y sigue siendo una republiqueta de hacendados intolerantes, racistas, homofóbicos, negreros, clasistas, ignorantes, usureros y, finalmente, cruel y despiadadamente corruptos, no vendrá un documento jurídico a arreglar tan penosa situación. Hasta donde sé, países como Israel o Inglaterra no tienen una. Y no son, exactamente, republiquetas de bananos.
¿Cuál es, pues, el ánimo de una Constituyente y de toda su parafernalia? Probablemente el número teatral de quien espera venir como un mesías a devolverle al país la dignidad, soberanía, honra y un gran etcétera de palabras que ya, de tan repetidas, están vacías. De recuperar el caudillismo decimonónico que tanto le gusta a la izquierda latinoamericana a través de una figura que vocifera que la patria ya volvió. Para todos, menos para el hombre a quien mandó al tarro por "gestos obscenos" y tampoco para una periodista que cometió el error de ser a sus ojos una "gordita horrorosa". Así, sin desdecir las palabras de la Constitución norteamericana, sería más conveniente dejar de lado la redacción de constituciones como deporte nacional, y dedicarse a respetar y repensar, respetándola, a la actual.
Puede que me acuerde de él porque es el más publicitado. Pero puede también, acaso, que me acuerde de él porque es el más hermoso, o el mejor logrado. De ahí en adelante, es decir, de lo que allí ocurrió luego de la redacción de aquellas palabras con semejantes intenciones, no es mi propósito ocuparme esta vez. Lo que sí diré es que son palabras. Hermosas palabras, ciertamente. Pero nada más.
Qué ocasionará pensar a algunos ciudadanos, y a algunos gobiernos progresistas, que la redacción (con bombo y platillo) de una nueva constitución puede crear en el país un radical compromiso, en el que se tenga respeto por el Medio Ambiente y todos los seres que en él habitan; en el que se priorice la igualdad de acceso a oportunidades de buena educación, salud e información; en el que se repete a todo tipo de diversidades: étnicas, de género, de procedencia, de pensamiento. ¿Qué ocasionará pensar a todos ellos que la escritura de un nuevo conjunto de derechos y obligaciones van a traer La Catarsis y La Gran Limpia que necesita un país? Yo no tengo la menor idea del porqué, si luego de la redacción de la Constitución Venezolana -por ejemplo- ,el PDVSA y el Ejército -por ejemplo- de aquel país sigue siendo una sopa de roedores.
Probablemente esto sea falso porque no hay ni una Catarsis ni una Gran Limpia. El desarrollo jurídico, económico y político de un país difícilmente se da a empellones, acudiendo a la retórica revolucionaria de los años 60, acaso prudente, muy prudente para ese entonces, pero hoy ya caduca y no exenta de tropicalismo político, con una buena dosis de exotismo latinoamericano (de ese que le hace a Marcos disfrazarse de guerrilero-vitrina por las calles cercanas al Zócalo).
Así pues, una Constitución Flamante (con mayúsculas) no vendrá cargada de regalos democráticos para el valiente pueblo que se la jugó por redactarla. Al contrario, será sujeto de discusión, de oposiciones, y probablemente será menos efectiva de las tantas que le precedieron. Si no estoy mal, en la Constitución de un país no se ve reflejada su tendencia neoliberal ni el acceso a la libertad de la gente. Quiero decir, sí que se la dicta (o, peor aún, sentencia), pero asumir que una nación será tal o cual cosa a partir de la redacción de su Constitución es de una ingenuidad que raya en lo cómico. Si el Ecuador ha tenido un buen número de constituciones, y sigue siendo una republiqueta de hacendados intolerantes, racistas, homofóbicos, negreros, clasistas, ignorantes, usureros y, finalmente, cruel y despiadadamente corruptos, no vendrá un documento jurídico a arreglar tan penosa situación. Hasta donde sé, países como Israel o Inglaterra no tienen una. Y no son, exactamente, republiquetas de bananos.
¿Cuál es, pues, el ánimo de una Constituyente y de toda su parafernalia? Probablemente el número teatral de quien espera venir como un mesías a devolverle al país la dignidad, soberanía, honra y un gran etcétera de palabras que ya, de tan repetidas, están vacías. De recuperar el caudillismo decimonónico que tanto le gusta a la izquierda latinoamericana a través de una figura que vocifera que la patria ya volvió. Para todos, menos para el hombre a quien mandó al tarro por "gestos obscenos" y tampoco para una periodista que cometió el error de ser a sus ojos una "gordita horrorosa". Así, sin desdecir las palabras de la Constitución norteamericana, sería más conveniente dejar de lado la redacción de constituciones como deporte nacional, y dedicarse a respetar y repensar, respetándola, a la actual.
