Wednesday, April 04, 2007

Pobre por un día

Pobre por un día

Asistimos a un fenómeno curioso en el periodismo de hoy en día: si las publicaciones audaces que circulan por las manos de los nuevos asalariados de Quito -gente casi informal, de leva y blue jeans- contienen fuertes dosis de aventuras en la cama, en los páramos o en ciudades remotas y nunca imaginadas anteriormente, las manos que las escriben también lo hacen. Ésta es la brillante generación de los periodistas-todoterreno. Hombres y mujeres que se baten en los arrabales, en los tugurios infames, en trabajos de feria o en paseos salvajes. Todo ello, pues, en nombre del oficio. De la crónica fresca y llamativa, alejada de la soporífera vida de diputados y cenicerazos. Del reportaje exótico, importado con nuestros ojos desde lo más lejano posible.
Atrás ha quedado el atildamiento y la reserva del periodista. Su desgracia interior ha sido borrada por un formidable optimismo, un espíritu de observador desprejuiciado, y un cuerpo maleable a cabos, trajes, celdas o muecas. Nada más lejos de Capote. Hoy en día, las mejores credenciales para el periodista ultramoderno son su experiencia de aguatero en un estadio y, a la vez, de infiltrado en un grupo de suicidas religiosos. O, como decía una revista que circula con no poco éxito en Quito, de músico noctámbulo de una banda de rock popular y de sous chef en New York.
De ellos los fascinantes relatos acerca de la peligrosa vida como basurero en una ciudad tercermundista. O, cómo no, de reo en una prisión de alta seguridad. La vida de una mujer que arrastra ocho hijos y tiene tres trabajos. El periodista-todoterreno la acompaña y sufre con ella. Come sus afrechos y lava los trastos. Todo esto por un día. “Un día como basurero”. “Un día como enjaulado”. “Un día como pobre”.
Los lectores devoran los relatos. Se empapan de una realidad lejana, comparten las desgracias y se vuelven cosmopolitas. Se sienten parte de la pequeña aldea global, tan diversa y múltiple que les resulta inabarcable. Después de todo, quién los va a acercar a los abismos de la miseria o a los oficios de circo.
Los periodistas-todoterreno, por su parte, se relamen del gusto. En su afán democrático, han dado un paso adelante al encuentro con ese otro que jamás quisiéramos ser. Un mandoble al clasismo con el que hemos sido educados en el país. Lástima que aquel mandoble más se parezca a palos de ciego.

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